Soy

Prometeme el cielo y te dare la tierra.



miércoles, 23 de noviembre de 2011


De mente virgen y cuerpo sucio, como un sueño de primavera, la niña esperaba de pie de cara al invierno, mientras el frio despuntaba las impurezas de su vello erizado. Nadie sabía cuánto tiempo llevaría allí de pie, porque nunca nadie la había visto nunca hacer aquello. Con el negro pelo sobre la cara y la cabeza agachada, como si Morfeo se hubiese enamorado de ella repentinamente y sin esperar a que ella se tumbase hubiese violado su consciencia. No sonreía. No expresaba nada. Solo hablaba en el ruidoso atardecer de los pájaros con la tierra, con el mundo y con ella misma, en su dulce inocencia dormía de pie, pero con un vendaval de palabras e imágenes rodeándola, como si el tiempo fuese un efímero fantasma que jamás perturbaría su conversación. Transmitiendo y cosechando las sensaciones y reminiscencias de otros que ya estuvieron allí, con la paciencia de quien respeta a la muerte sin temerla.

martes, 22 de noviembre de 2011

Rojo IV


Me levanté, dispuesto a ir a por mí café al bar. La calle estaba abarrotada de viandantes sin rumbo, ¿o quizás si lo tenían?; Yo formaba inconscientemente y muy a mi pesar una parte indiscutible e inseparable de todo aquello, desde siempre y seguramente para siempre. Pero tampoco estaba mal. Formaba parte de algo, estaba en simbiosis con todo aquello que me rodeaba desde el momento en el que decidí cambiar de aires. Antes tampoco era muy distinto, levántate, clases, volver a casa, estudiar, vaguear frente al ordenador hasta las tantas, quedar los fines de semana y dormir las horas mínimas. Eso era todo, y no es que me disgustase especialmente, siempre había vivido así y no entendía porque tendría que estar mal. Es más, aquello no estaba mal. Era la vida que YO había elegido, yo y nadie más.
Me paré en seco apenas una milésima de segundo. Juraría que eso ya lo había pensado alguna vez. En cualquier caso acabé en el bar. Pedí mi café. Eran las 3 de la tarde. Mala hora para pedir el café del desayuno. Me había levantado hacia una hora. Tendría que darme prisa si quería llegar a tiempo a la universidad. Me tragué el café medio hirviendo ignorando la consiguiente pérdida de papilas gustativas. Me levanté de un salto dejando el dinero justo en la mesa, dispuesto a salir medio corriendo.
-¡Perdona!
Paré ante la llamada del camarero- He dejado el dinero en la mesa.
-Como siempre, pero no es eso. Ha venido un chico y ha preguntado por ti después de un rato esperando. Dice que cuando puedas que le llames.
-Gracias
Mierda… ¿se habría enfadado?
Salí por la puerta. Ni siquiera recordaba muy bien a qué hora habíamos quedado. Saqué el móvil y empecé a buscar en la guía. A apenas medio segundo de pulsar la tecla recapacite. Seguía dependiendo de mis padres. Eso significaba que ellos pagaban mis gastos. Y los que seguían recibiendo la factura de mis llamadas cada mes eran ellos. Lo reconocerían. Papa se enfadaría. Si solo lo veía mama… se volvería loca. Puede que de alegría o de pena. En cualquier caso no me la jugaría. ¿Una llamada perdida saldría reflejada? ¿Una cabina? Pensándolo fríamente ya no quedaban, y las pocas que no habían quitado ya no funcionaban. Quizás podría pedirle el móvil a alguien. Quizás después de las clases. Miré el reloj. Llegaría de sobra.
El sol brillaba en el cielo, pero por una vez empezaba a hacer frio al acercarse el invierno. Quizá después de cinco años nevaría de nuevo en la ciudad. La última vez que nevó acabábamos de entrar en la universidad. Era todo tan diferente. Jairo y yo quedábamos en la estación de tren para volver de la universidad porque nos coincidían las líneas de tren. Aun recuerdo lo emocionado que él asomó la cabeza por la puerta del tren, cómo  apoyo el pie en el escalón exterior y como resbalaba de la forma más estúpida sobre la nieve pisoteada. Casi perdimos el tren, pero sujetamos las puertas a tiempo. Nos sentamos y empezamos a hablar.
-Mañana harán fiesta en la facultad de políticas, ¿vendrás?
Me miró extrañado mientras sacaba su termo de chocolate “ya no tan caliente”, como lo llamábamos después de  las 4 horas que llevaba allí dentro, y nuestra comida. -Hace frio y desentonaré allí.
-Te puedo dejar ropa
-Estaba pensando en quedarme estudiando.
Le robe un bocadillo del montón que había traído -Dime que es broma…
-Claro que es broma. Hay manifestación.
-Papa se enfadará si vas.
-Papa no tiene por qué saberlo.
En efecto, al día siguiente mientras en mi facultad nos pasábamos de mano en mano los vasos con algo más que hielo hubo una multitudinaria manifestación antiglobalización en pleno centro. Y papa si lo supo. Cuando la policía llamó a casa para que fuésemos a buscar a Jairo. Aquella noche fue horrible, cuando llegue a casa mi padre estaba hecho una furia y mi hermano desaparecido. Mama no decía nada. Entonces supe que había visto como ellos llegaban a las manos. Lo confirme cuando Jairo llego el domingo por la noche todavía con moratones, y no todos de los antidisturbios. Se disculpó de mi padre. No tenía donde ir. No dije nada. Nadie en casa dijo nada.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Rojo III


El tren traqueteaba, meciendome mientras cabeceaba, incapaz de dormir despues del inesperado encuentro. Rememoré las últimas palabras que habíamos cruzado “Pero… no sé donde has estado estos dos últimos años”. Él había reido y había asegurado con su amplia sonrisa “Necesitaría días, ¿estás seguro de que quieres perder tu tiempo con mis historias?”. Suspiré “Si, me la jugaré”. Vagueó un poco por su loca cabeza y contesto “Mañana a las 12 donde nos hemos encontrado, a ver si te renuevas el horario, se nota que no llevas mucho levantado. Invito yo.”
Tendría que madrugar para escuchar lo que había hecho el muy inutil. Miré el reloj. Las cuatro y dos minutos. Saque la cajetilla rojadonde guardaba la Ritalina y tomé una de las capsulas sin agua. Observe el objeto rojo de mis manos. Saqué otra con cierto toque de culpabilidad. Mi médico debía de haberse dado cuenta de algo, pero imagino que se limpiaría las manos. Pensé en el momento en el que compre la caja. Rojo. Me pregunto en que estaría pensando. Algo bloqueó ese pensamiento. Había llegado a la parada de la universidad. “Solo serán unas horas y volver al local”, pensé.
El rebote de la música electrónica en mis oidos amplificaba la sensación del alcohol. Esa noche sería perfecta. Al menos esa era la idea que tenía en mente. Las chicas paseaban por la macrodiscoteca con mas tacones que ropa. Mis compañeros de clase y yo sonreiamos y haciamos bromas sobre ellas con los pensamientos más sucios del comienzo de la noche. Pedimos otra copa en la barra. “A esa me la follo esta noche, ya vereis” Escuché decir a uno de mis acompañantes. Reimos y apostamos. Insultamos a los profesores que teniamos en común. Uno de ellos se peleó con otro que no conociamos de nada. El siguiente recuerdo que guardaba era el de los baños. Una chica. Una chica sin nombre. Ni siquiera pegaba en ese lugar. Otra laguna. Yo vomitando entre dos coches, un “tio, ¿te llevo a casa?” y apenas unas sombras más en el coche. Las escaleras de casa y mi cama.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Rojo II

-¿Sabes? Te eché de menos cuando te marchaste.- Miraba a las baldosas, algo avergonzado por mi afirmación, tendría un cuarto de hora antes de tener que coger el tren.
-¿Cómo se lo tomaron papa y mama?
Suspiré, agradeciendo que no hubiese tenido en cuenta la redundancia que había dicho hacia apenas un momento, más propia de una novia que de un hermano –Papa bien, siempre dice que se alegra de que te marchases, que este nunca fue tu sitio –Medí su reacción. Miró al suelo apenado. Mi padre y mi hermano  nunca fueron compatibles. No era una clásica cuestión de discusiones de un joven idealista y un padre de familia bien asentado. No. Jairo simplemente era diferente, ya desde pequeños reivindicaba todo lo que podía, preguntaba, dudaba, investigaba, razonaba todo. Yo siempre fui la otra cara de la moneda. El gran orgullo de mis padres. Lo cierto es que en estudios siempre había sido un desastre, aunque he de decir que no fue culpa mía. Yo había heredado TDAH. Trastorno y déficit de atención e hiperactividad. Me medicaba desde muy pequeño y había repetido unas cuantas veces, de hecho Jairo y yo fuimos juntos a clase en secundaria. Aquello siempre será una de las cosas que espero no olvidar nunca, con él no podía ser aburrido.
Alzó de nuevo la mirada del suelo y me miró a los ojos, medio llorosos -¿Y… mama?
Sonreí tristemente, revolviendo en el pasado y rescatando lo que sucedió cuando él se marchó, recordé los golpes de mi padre en las puertas, el llorar nocturno de mi madre –Volvió a tener insomnio. Te echo mucho de menos. Han pasado dos años y… todavía me pregunta si has llamado cuando papa no está delante, pero a veces se contradice y dice que hiciste bien en marcharte, que no quiere pensar en ti.
Se paró y me miró de nuevo, exigiendo una explicación.
-No estés triste, lo dice porque le duele. Le duele recordar que un hijo suyo está tan lejos.
-Pero Dan… yo no tendría por qué estar lejos ni de ti ni de mama. Yo… no quiero.
Resoplé y apreté los puños –Deja el chantaje emocional, bastante mal nos lo has hecho pasar ya.
Me lanzó una mirada de comprensión y sonrió, ocultando una punzada de dolor –Estas contrariado, soy tu hermano y el origen de todos los problemas en casa.
Me relajé músculo a músculo, parece que el que un día fue el pequeño de la casa ya no era tan pequeño -También eres la persona que tenía las ideas más descabelladas que escuché en mi infancia, y el que estuvo conmigo en casa cuando enfermaba, el que me escondía los deberes, el que… no sé, Jairo. Yo te querría en casa, pero tú nunca perteneciste a este lugar –Abrí los brazos, señalando a los edificios, las calles, la ciudad. Todo aquello que según fuimos creciendo nos separó. Jairo siempre había tenido otras necesidades, más naturales; a mí siempre me pareció divertido ver como se gastaba el dinero para salir de la ciudad y pasar los fines de semana fuera durmiendo al raso o en albergues de mala muerte en medio del campo, mientras que yo conocía gente nueva y comenzaba a ir a discotecas de centro. Él amplio sus círculos en la universidad, cuando comenzó a estudiar la ingeniería forestal. Como he dicho antes, éramos tan opuestos… el ciencias, yo letras, el independizado a los 22, yo con 26 y recién salido de casa por cuestión de estudios, aunque dependiendo todavía de mis padres, él campo y bichos, yo ciudad y multitudes. – Sé que tú y yo nunca podremos vivir juntos. Y lo sabes.
Rió –No te pido que vivamos juntos, solo que pienses en el viaje que he hecho desde tan lejos solo para recuperar a mi familia. ¿Sabes que nunca cambié mi número de teléfono?- Cambió a un tono irónico y sonó un cierto resquemor en su voz –Espera… ¿Como ibais a saberlo?, nunca llamasteis para comprobarlo.
Fruncí el ceño. Eso era mentira -Papa dice que si lo hizo, que te cambiaste, que no lo intentásemos. A mama le corto el móvil. Te cambiaste de compañía.
-No, nunca lo hice. –Paró y rebuscó en su mochila- Es más, saca tu móvil.
Me tendió el móvil. El mismo móvil que tenía cuando se marchó de casa. – ¿No lo has cambiado?- Lo cogí y lo giré en mi mano.- Está muy sobado y lleno de marcas.
Volvió a sonreír –Pero funciona. Consumes el planeta cada vez que te compras uno nuevo. No intentaré convencerte de ello, se que adoras ir a la última con esos aparatitos.
Efectivamente yo manejaba mi último móvil con la otra mano, buscando su número. Me mordí el labio y le miré de soslayo – Jairo… lo borré
Su sonrisa se borró de la cara-Bueno, solo era para demostrarte que no lo cambié.- Comenzó a decirlo. A la quinta cifra me í cuenta de que lo había borrado de mi móvil, pero no de mi memoria cuando las últimas 5 cifras las dijimos al unisonó. Reímos, no sé si de alegría o por nostalgia. Jamás recuperaremos lo que un día fuimos, ese par de niños inseparables tan radicalmente opuestos. Esos hermanos más amigos que hermanos. Más hermanos que amigos.

Rojo I (retocado)

La calle estaba abarrotada de viandantes sin rumbo, ¿o quizás si lo tenían?; Yo formaba inconscientemente y muy a mi pesar una parte indiscutible e inseparable de todo aquello, desde siempre y seguramente para siempre. Pero tampoco estaba mal. Formaba parte de algo, estaba en simbiosis con todo aquello que me rodeaba desde el momento en el que decidí cambiar de aires. Antes tampoco era muy distinto, levántate, clases, volver a casa, estudiar, vaguear frente al ordenador hasta las tantas, quedar los fines de semana y dormir las horas mínimas. Eso era todo, y no es que me disgustase especialmente, siempre había vivido así y no entendía porque tendría que estar mal. Es más, aquello no estaba mal. Era la vida que YO había elegido, yo y nadie más. No soportaba que la gente interrumpiese mis decisiones, para algo eran mías al fin y al cabo, ¿no? El caso es que aquella mañana me desperté con la duda sembrada en lo más profundo de mí ser. ¿Realmente era eso lo que quería hacer? ¿No sería más feliz dejando la universidad, comprándome una caravana y viajando por el mundo? ¿O atracando un banco? ¿O viviendo con mis padres hasta que consiguiese otra fuente fácil de ingresos? Medía todas aquellas posibilidades al detalle mientras recorría las calles estrechas del centro, ¿y si hubiese nacido en un país tercermundista? ¿Cuáles serían mis grandes aspiraciones de vida? Cuando me quise dar cuenta me había vuelto a meter en el bar, con la irrefrenable necesidad de tomar cualquier cosa con sabor a frasco de colonia. Me frené y pedí un simple café. Miré la pared, recorriendo las líneas del decorado y parándome en el reloj analógico. Eran las 3 de la tarde. Me había levantado hacia una hora. Tendría que darme prisa si quería llegar a tiempo a la universidad. Me tragué el café medio hirviendo ignorando la consiguiente pérdida de papilas gustativas. Me levanté de un salto dejando el dinero justo en la mesa, dispuesto a salir medio corriendo cuando me lo encontré de frente.
-¿Dan?- Habían pasado más de dos años desde la última vez que le oía pronunciar mi nombre. Mi hermano menor permanecía de pie impasible, con la misma mochila que se había llevado en la última Nochebuena que estuvo en casa. Habían pasado ya dos años. Aunque aún seguía haciendo uso de esas diademas elásticas y anchas, se había cortado un poco el pelo, menos mal. Nunca le quedó bien el pelo tan largo como lo llevaba desde que éramos adolescentes, parecía un andrajoso, me molestaba cuando se metían conmigo por ir con él. Jairo. Mi único hermano. El hermano que tanto dolor había traído a casa.
Forcé una sonrisa- ¿Qué haces aquí? No es un sitio al que vendrías normalmente, hay gente viviendo en sociedad y ese tipo de cosas…
Alzó la cabeza en un gesto de sano e inocente orgullo, aquello que siempre había sido tan propio de él – He venido a pedir perdón, aunque no sé por qué debería hacerlo
¿Qué demonios se había creído?- Di lo que quieras, pero ya es un poco tarde, además no es a mí a quién tienes que pedir disculpas.- Le esquivé y salí por la puerta rezando porque no me siguiera. O Dios estaba muy ocupado o yo era un gilipollas iluso.
-¡Escúchame solo un momento! ¡Sois mi única familia biológica, no quiero que penséis que me fui por ser un egoísta!
Me giré y le lancé una mirada de reproche
-Bueno, puede… puede que si lo hiciese, pero entiéndelo, la situación que me ofrecíais en casa no encajaba conmigo
-¿Y marcharte a vivir con un pueblucho de andrajosos si encajaba? ¿En qué cabeza cabe eso?
-No os pedí que compartieseis ni que entendieseis mi postura, solo que la respetéis. A mí me parece una mierda que quieras vivir aquí ¡una autentica mierda! Pero no te he arrastrado fuera de aquí.
Me quedé callado por un momento breve, respondiendo de forma estúpida después- ¡Imbécil!
-Capullo
-¡Gilipollas!
-¡Obcecado!
Arqueé las cejas, no sin cierto aire de nostalgia, hacía mucho que no discutía con nadie así. Solo los hermanos discutían de forma tan estúpida- Eso no lo utilizabas como insulto hace unos años.
-¿A qué te refieres con hace unos años?
-A cuando compartíamos el cuarto de baño.
Suspiró y después se colocó una de sus amplias sonrisas en la cara- Bien, tocaré la escasa fibra sensible que pueda quedar en ese robot que ha fabricado esta maldita sociedad contigo, por aquellos tiempos en los que te presté a los calzoncillos, tienes que ayudarme a reconciliarme con ellos.
Resoplé- No te van a dejar entrar ni por la puerta de casa…
Ladeó la cabeza- Ahí está la gracia, por eso te estoy pidiendo ayuda.
No lo lograría, nunca, pero si alguien se tuvo que quedar con toda la cabezonería de los hermanos, ese era él. – Haré lo que pueda, te lo prometo.

Portazo


Cristales. Sangre. Bueno, soportaría en dolor de la mano, de los cristales clavados, el cosquilleo de la sangre espesa como resina recorriendo mi piel, el picor que arrasaba mi garganta por el irreprimible grito que llegó inmediatamente después del golpe. Me desplomé contra la puerta de nuevo gritando con los ojos cerrados. Golpeaban la puerta. Era ella. Entre las lágrimas veía las incipientes ramitas cubriendo las paredes de baldosa. Quizás con un poco de suerte me cansaría lo suficiente para quedarme en coma y no sufrir el agobio de ver como me matarían después. Mi cabeza apoyada en la puerta rebotaba con cada golpe. me ponía nerviosa, no tenía casi voz, pero no podía quedarme parada mientras ella repetía mi nombre, ahogado desde el otro lado de la puerta –Nora, márchate por favor...
De pronto los golpes cesaron al tiempo que se escuchaba a Nora quejándose al otro lado de la puerta, el roce de su ropa siendo arrastrada por el suelo y otra voz al otro lado de la puerta, esta vez sin gritos ni golpes.- Ábrenos, no te vamos a hacer nada. Por favor...
Me recobré un poco, las ramas dejaron de expandirse por el cuarto de baño -Márchate Naum
-Por favor
-Me iré. Os lo prometo, no daré más problemas.
Lógicamente no le vi, pero note como sonreía por el tono de su voz -No digas tonterías, no nos has dado problemas.
-No mientas Naum, no he hecho más que daros problemas desde que llegué a esta casa. Si salgo será para que me matéis o para alejarme de vosotros.
-Está bien. Sal y te mataré. ¿Cómo quieres qué lo haga?
Sentí una punzada de temor, él podría hacerlo sin sentir el más mínimo remordimiento. No. Yo no quería morir. No así -Naum...
-Sal o tiraré la puerta abajo, y si mueres aplastada será mucho más desagradable...
-No... Por favor...
Noté como el peso cedía en la puerta, se había separado de ella, se alejaba por el pasillo- ¡Bien como quieras, ten cuidado con las astillas!
No... "piensa rápido, piensa. Piensa"
Entonces escuché como tomaba carrerilla y Nora gritaba que no lo hiciese, Daret también estaba allí, le escuché solta un “la puerta no…” seguido de una palabrota al azar. Eso no podía acabar así, aunque la puerta no me aplastase ellos entrarían de todas formas y todo sería más complicado . Como si de un acto reflejo se tratase me incorporé un poco, separándome unos centímetros de la puerta, aferré el picaporte y sonó el "clic". Naum debía de derrapar muchísimo, porque la caída que sonó al otro lado no fue pequeña. Yo continué hecha un ovillo en el suelo, pero fuera de la trayectoria de la puerta. Las raíces se habían separado de mi por el brusco movimiento. La puerta se movió. Tapé la cara con el pelo justo a tiempo, pero entre medias vi a Naum. Todavía no se había levantado. Me arrastró lejos de los cristales, se apoyó contra la pared, poniéndome en frente suya y acercando su mano a mí para retirarme el pelo de la cara. Reaccioné rápidamente ladeando la cabeza.- No me mires por favor...
Volvió a intentarlo -¿Por qué dices eso ahora?
-¡No me mires!
Me rodeó y me acercó contra su torso, meciéndome como pudo ¿de verdad ese era Naum? -¿Por qué?
Simplemente respondí a a ese contacto físico y me acurruqué contra él, estaba agotada. -Porque... llorar es de débiles y no quiero que penséis eso de mi...
Escuché como se le hinchaban los pulmones. La sangré dejaba de caer. El mundo se apagaba en ese momento, volvía a sumirme en la penumbra, sus últimas palabras me llegaban apagadas por la lejanía del sueño- No creo que seas débil...

Volutas de humo y viajes


Resoplé- Solo quiero alejarme de todo esto de una forma más física. Necesito salir de aquí… Ella quitaba los cojines de detrás de mí. Iba a quejarme cuando note que empezaba a aumentar su tamaño. ¿Qué sería esta vez? Su voz comenzó a degradarse hasta convertirse en un alarido- Solo di un lugar… -Me sostuve como pude hasta que su nuevo cuerpo peludo y gris se colocó tras de mí. Me tumbe sobre ella y observe el hociquillo (mas cariñosamente que por el tamaño, Nora era, y es, enorme cuando se transforma). Sonreí mientras retomaba con calma lo que ella había depositado en el cenicero. Acaricie su pelaje con la mano libre ¿Así qué solo tenía que decir dónde?

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Manias de Yara


La habitación estaba muy oscura. Ella simplemente estaba tumbada boca abajo, con el torso descubierto punteado de sudor, al aire la cicatriz y un tono amoratado que no indicaba nada bueno. Tampoco sería de extrañar una infección; el aire estaba sucio y no parecía que hubiesen cambiado las sabanas después de que los últimos inquilinos de aquel hostalucho de centro se marchasen, lo notaba en el olor, y debo añadir que los susodichos no fueron unos santos en esa cama. “La próxima vez nos quedamos en la furgoneta”, pensé taciturna desde mi punto de veladora. Ness arrugó la cara por un momento en un gesto de dolor o asco y continúo moviendo los ojos frenéticamente con los parpados cerrados. Habían pasado cuatro horas pero no había despertado. El sueño empezaba a poder conmigo hasta el punto de cabecear. Ni siquiera podía moverme. De hecho puede que aquello fuese un sueño. Note un cierto movimiento en el cuarto y una vocecilla en el fondo de mi mente plasmo un “no sobrevivirá a esta noche”. Abrí los ojos de golpe para ver como Yara se arrastraba por la cama hacia Ness, hasta tener la cara a unos pocos centímetros por encima de la herida, el pelo resbalo por su hombro formando una cortina justo en el momento en el que lamió la zona amoratada en una enfermiza visión para el gusto de cualquiera. Me pregunté si Gahiji y ella habrían apostado la muerte de Ness. Se paró en seco y volvió a su maleta, en la que empezó a rebuscar con un silencioso pero gran entusiasmo. Habría que ventilar el cuarto, aunque quizás molestase el ruido o la luz de las farolas; menuda estupidez, si iba a morir ¿no daría igual?
-Yara, abre la ventana.
Pero no. Yara estaba de nuevo encima de Ness, sentada a horcajadas con una tela atada y un pequeño escarpelo que parecía enredarse entre sus largos dedos que clavaba en la espalda de Ness mientras presionaba su cabeza contra la cama a fin de ahogar los gritos, mientras luchaba por continuar el borbotoneante corte sin que los espasmos y aspavientos de ella la tirasen. Apreté la garganta para no vomitar frente al macabro espectáculo del cuerpo de Ness chorreado de pus, sangre y el oscuro veneno, de una viscosidad parecida a la miel y un color semejante al de la tinta negra. El olor se volvió insoportable y el sueño finalmente pudo conmigo, a pesar de los gritos de dolor, que cesaron al cabo de poco, de lo que deduje que Ness había muerto. Había faltado a mi promesa. No la había apretado la mano antes de morir ni la había dicho lo mucho que me importaba.