La calle
estaba abarrotada de viandantes sin rumbo, ¿o quizás si lo tenían?; Yo formaba
inconscientemente y muy a mi pesar una parte indiscutible e inseparable de todo
aquello, desde siempre y seguramente para siempre. Pero tampoco estaba mal.
Formaba parte de algo, estaba en simbiosis con todo aquello que me rodeaba
desde el momento en el que decidí cambiar de aires. Antes tampoco era muy
distinto, levántate, clases, volver a casa, estudiar, vaguear frente al
ordenador hasta las tantas, quedar los fines de semana y dormir las horas
mínimas. Eso era todo, y no es que me disgustase especialmente, siempre había
vivido así y no entendía porque tendría que estar mal. Es más, aquello no estaba
mal. Era la vida que YO había elegido, yo y nadie más. No soportaba que la
gente interrumpiese mis decisiones, para algo eran mías al fin y al cabo, ¿no?
El caso es que aquella mañana me desperté con la duda sembrada en lo más
profundo de mí ser. ¿Realmente era eso lo que quería hacer? ¿No sería más feliz
dejando la universidad, comprándome una caravana y viajando por el mundo? ¿O
atracando un banco? ¿O viviendo con mis padres hasta que consiguiese otra
fuente fácil de ingresos? Medía todas aquellas posibilidades al detalle
mientras recorría las calles estrechas del centro, ¿y si hubiese nacido en un
país tercermundista? ¿Cuáles serían mis grandes aspiraciones de vida? Cuando me
quise dar cuenta me había vuelto a meter en el bar, con la irrefrenable necesidad
de tomar cualquier cosa con sabor a frasco de colonia. Me frené y pedí un
simple café. Miré la pared, recorriendo las líneas del decorado y parándome en
el reloj analógico. Eran las 3 de la tarde. Me había levantado hacia una hora.
Tendría que darme prisa si quería llegar a tiempo a la universidad. Me tragué
el café medio hirviendo ignorando la consiguiente pérdida
de papilas gustativas. Me levanté de un salto dejando el dinero justo en la
mesa, dispuesto a salir medio corriendo cuando me lo encontré de frente.
-¿Dan?-
Habían pasado más de dos años desde la última vez que le oía pronunciar mi
nombre. Mi hermano menor permanecía de pie impasible, con la misma mochila que
se había llevado en la última Nochebuena que estuvo en casa. Habían pasado ya
dos años. Aunque aún seguía haciendo uso de esas diademas elásticas y anchas,
se había cortado un poco el pelo, menos mal. Nunca le quedó bien el pelo tan
largo como lo llevaba desde que éramos adolescentes, parecía un andrajoso, me
molestaba cuando se metían conmigo por ir con él. Jairo. Mi único hermano. El
hermano que tanto dolor había traído a casa.
Forcé una
sonrisa- ¿Qué haces aquí? No es un sitio al que vendrías normalmente, hay gente
viviendo en sociedad y ese tipo de cosas…
Alzó la
cabeza en un gesto de sano e inocente orgullo, aquello que siempre había sido
tan propio de él – He venido a pedir perdón, aunque no sé por qué debería
hacerlo
¿Qué
demonios se había creído?- Di lo que quieras, pero ya es un poco tarde, además
no es a mí a quién tienes que pedir disculpas.- Le esquivé y salí por la puerta
rezando porque no me siguiera. O Dios estaba muy ocupado o yo era un gilipollas
iluso.
-¡Escúchame
solo un momento! ¡Sois mi única familia biológica, no quiero que penséis que me
fui por ser un egoísta!
Me giré y
le lancé una mirada de reproche
-Bueno,
puede… puede que si lo hiciese, pero entiéndelo, la situación que me ofrecíais
en casa no encajaba conmigo
-¿Y
marcharte a vivir con un pueblucho de andrajosos si encajaba? ¿En qué cabeza
cabe eso?
-No os pedí
que compartieseis ni que entendieseis mi postura, solo que la respetéis. A mí
me parece una mierda que quieras vivir aquí ¡una autentica mierda! Pero no te
he arrastrado fuera de aquí.
Me quedé
callado por un momento breve, respondiendo de forma estúpida después- ¡Imbécil!
-Capullo
-¡Gilipollas!
-¡Obcecado!
Arqueé las
cejas, no sin cierto aire de nostalgia, hacía mucho que no discutía con nadie
así. Solo los hermanos discutían de forma tan estúpida- Eso no lo utilizabas
como insulto hace unos años.
-¿A qué te
refieres con hace unos años?
-A cuando
compartíamos el cuarto de baño.
Suspiró y
después se colocó una de sus amplias sonrisas en la cara- Bien, tocaré la
escasa fibra sensible que pueda quedar en ese robot que ha fabricado esta
maldita sociedad contigo, por aquellos tiempos en los que te presté a los
calzoncillos, tienes que ayudarme a reconciliarme con ellos.
Resoplé- No
te van a dejar entrar ni por la puerta de casa…
Ladeó la
cabeza- Ahí está la gracia, por eso te estoy pidiendo ayuda.
No lo
lograría, nunca, pero si alguien se tuvo que quedar con toda la cabezonería de
los hermanos, ese era él. – Haré lo que pueda, te lo prometo.
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