Soy

Prometeme el cielo y te dare la tierra.



jueves, 17 de noviembre de 2011

Rojo I (retocado)

La calle estaba abarrotada de viandantes sin rumbo, ¿o quizás si lo tenían?; Yo formaba inconscientemente y muy a mi pesar una parte indiscutible e inseparable de todo aquello, desde siempre y seguramente para siempre. Pero tampoco estaba mal. Formaba parte de algo, estaba en simbiosis con todo aquello que me rodeaba desde el momento en el que decidí cambiar de aires. Antes tampoco era muy distinto, levántate, clases, volver a casa, estudiar, vaguear frente al ordenador hasta las tantas, quedar los fines de semana y dormir las horas mínimas. Eso era todo, y no es que me disgustase especialmente, siempre había vivido así y no entendía porque tendría que estar mal. Es más, aquello no estaba mal. Era la vida que YO había elegido, yo y nadie más. No soportaba que la gente interrumpiese mis decisiones, para algo eran mías al fin y al cabo, ¿no? El caso es que aquella mañana me desperté con la duda sembrada en lo más profundo de mí ser. ¿Realmente era eso lo que quería hacer? ¿No sería más feliz dejando la universidad, comprándome una caravana y viajando por el mundo? ¿O atracando un banco? ¿O viviendo con mis padres hasta que consiguiese otra fuente fácil de ingresos? Medía todas aquellas posibilidades al detalle mientras recorría las calles estrechas del centro, ¿y si hubiese nacido en un país tercermundista? ¿Cuáles serían mis grandes aspiraciones de vida? Cuando me quise dar cuenta me había vuelto a meter en el bar, con la irrefrenable necesidad de tomar cualquier cosa con sabor a frasco de colonia. Me frené y pedí un simple café. Miré la pared, recorriendo las líneas del decorado y parándome en el reloj analógico. Eran las 3 de la tarde. Me había levantado hacia una hora. Tendría que darme prisa si quería llegar a tiempo a la universidad. Me tragué el café medio hirviendo ignorando la consiguiente pérdida de papilas gustativas. Me levanté de un salto dejando el dinero justo en la mesa, dispuesto a salir medio corriendo cuando me lo encontré de frente.
-¿Dan?- Habían pasado más de dos años desde la última vez que le oía pronunciar mi nombre. Mi hermano menor permanecía de pie impasible, con la misma mochila que se había llevado en la última Nochebuena que estuvo en casa. Habían pasado ya dos años. Aunque aún seguía haciendo uso de esas diademas elásticas y anchas, se había cortado un poco el pelo, menos mal. Nunca le quedó bien el pelo tan largo como lo llevaba desde que éramos adolescentes, parecía un andrajoso, me molestaba cuando se metían conmigo por ir con él. Jairo. Mi único hermano. El hermano que tanto dolor había traído a casa.
Forcé una sonrisa- ¿Qué haces aquí? No es un sitio al que vendrías normalmente, hay gente viviendo en sociedad y ese tipo de cosas…
Alzó la cabeza en un gesto de sano e inocente orgullo, aquello que siempre había sido tan propio de él – He venido a pedir perdón, aunque no sé por qué debería hacerlo
¿Qué demonios se había creído?- Di lo que quieras, pero ya es un poco tarde, además no es a mí a quién tienes que pedir disculpas.- Le esquivé y salí por la puerta rezando porque no me siguiera. O Dios estaba muy ocupado o yo era un gilipollas iluso.
-¡Escúchame solo un momento! ¡Sois mi única familia biológica, no quiero que penséis que me fui por ser un egoísta!
Me giré y le lancé una mirada de reproche
-Bueno, puede… puede que si lo hiciese, pero entiéndelo, la situación que me ofrecíais en casa no encajaba conmigo
-¿Y marcharte a vivir con un pueblucho de andrajosos si encajaba? ¿En qué cabeza cabe eso?
-No os pedí que compartieseis ni que entendieseis mi postura, solo que la respetéis. A mí me parece una mierda que quieras vivir aquí ¡una autentica mierda! Pero no te he arrastrado fuera de aquí.
Me quedé callado por un momento breve, respondiendo de forma estúpida después- ¡Imbécil!
-Capullo
-¡Gilipollas!
-¡Obcecado!
Arqueé las cejas, no sin cierto aire de nostalgia, hacía mucho que no discutía con nadie así. Solo los hermanos discutían de forma tan estúpida- Eso no lo utilizabas como insulto hace unos años.
-¿A qué te refieres con hace unos años?
-A cuando compartíamos el cuarto de baño.
Suspiró y después se colocó una de sus amplias sonrisas en la cara- Bien, tocaré la escasa fibra sensible que pueda quedar en ese robot que ha fabricado esta maldita sociedad contigo, por aquellos tiempos en los que te presté a los calzoncillos, tienes que ayudarme a reconciliarme con ellos.
Resoplé- No te van a dejar entrar ni por la puerta de casa…
Ladeó la cabeza- Ahí está la gracia, por eso te estoy pidiendo ayuda.
No lo lograría, nunca, pero si alguien se tuvo que quedar con toda la cabezonería de los hermanos, ese era él. – Haré lo que pueda, te lo prometo.

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