-¿Sabes? Te eché de menos cuando te marchaste.- Miraba a
las baldosas, algo avergonzado por mi afirmación, tendría un cuarto de hora
antes de tener que coger el tren.
-¿Cómo se lo tomaron papa y mama?
Suspiré, agradeciendo que no hubiese tenido en cuenta la
redundancia que había dicho hacia apenas un momento, más propia de una novia
que de un hermano –Papa bien, siempre dice que se alegra de que te marchases,
que este nunca fue tu sitio –Medí su reacción. Miró al suelo apenado. Mi padre
y mi hermano nunca fueron compatibles.
No era una clásica cuestión de discusiones de un joven idealista y un padre de
familia bien asentado. No. Jairo simplemente era diferente, ya desde pequeños
reivindicaba todo lo que podía, preguntaba, dudaba, investigaba, razonaba todo.
Yo siempre fui la otra cara de la moneda. El gran orgullo de mis padres. Lo
cierto es que en estudios siempre había sido un desastre, aunque he de decir
que no fue culpa mía. Yo había heredado TDAH. Trastorno y déficit de atención e
hiperactividad. Me medicaba desde muy pequeño y había repetido unas cuantas
veces, de hecho Jairo y yo fuimos juntos a clase en secundaria. Aquello siempre
será una de las cosas que espero no olvidar nunca, con él no podía ser
aburrido.
Alzó de nuevo la mirada del suelo y me miró a los ojos,
medio llorosos -¿Y… mama?
Sonreí tristemente, revolviendo en el pasado y rescatando
lo que sucedió cuando él se marchó, recordé los golpes de mi padre en las
puertas, el llorar nocturno de mi madre –Volvió a tener insomnio. Te echo mucho
de menos. Han pasado dos años y… todavía me pregunta si has llamado cuando papa
no está delante, pero a veces se contradice y dice que hiciste bien en
marcharte, que no quiere pensar en ti.
Se paró y me miró de nuevo, exigiendo una explicación.
-No estés triste, lo dice porque le duele. Le duele
recordar que un hijo suyo está tan lejos.
-Pero Dan… yo no tendría por qué estar lejos ni de ti ni
de mama. Yo… no quiero.
Resoplé y apreté los puños –Deja el chantaje emocional,
bastante mal nos lo has hecho pasar ya.
Me lanzó una mirada de comprensión y sonrió, ocultando
una punzada de dolor –Estas contrariado, soy tu hermano y el origen de todos
los problemas en casa.
Me relajé músculo a músculo, parece que el que un día fue
el pequeño de la casa ya no era tan pequeño -También eres la persona que tenía
las ideas más descabelladas que escuché en mi infancia, y el que estuvo conmigo
en casa cuando enfermaba, el que me escondía los deberes, el que… no sé, Jairo.
Yo te querría en casa, pero tú nunca perteneciste a este lugar –Abrí los
brazos, señalando a los edificios, las calles, la ciudad. Todo aquello que
según fuimos creciendo nos separó. Jairo siempre había tenido otras
necesidades, más naturales; a mí siempre me pareció divertido ver como se
gastaba el dinero para salir de la ciudad y pasar los fines de semana fuera
durmiendo al raso o en albergues de mala muerte en medio del campo, mientras
que yo conocía gente nueva y comenzaba a ir a discotecas de centro. Él amplio
sus círculos en la universidad, cuando comenzó a estudiar la ingeniería forestal. Como he dicho antes, éramos tan opuestos… el ciencias, yo
letras, el independizado a los 22, yo con 26 y recién salido de casa por
cuestión de estudios, aunque dependiendo todavía de mis padres, él campo y
bichos, yo ciudad y multitudes. – Sé que tú y yo nunca podremos vivir juntos. Y
lo sabes.
Rió –No te pido que vivamos juntos, solo que pienses en
el viaje que he hecho desde tan lejos solo para recuperar a mi familia. ¿Sabes
que nunca cambié mi número de teléfono?- Cambió a un tono irónico y sonó un
cierto resquemor en su voz –Espera… ¿Como ibais a saberlo?, nunca llamasteis
para comprobarlo.
Fruncí el ceño. Eso era mentira -Papa dice que si lo
hizo, que te cambiaste, que no lo intentásemos. A mama le corto el móvil. Te
cambiaste de compañía.
-No, nunca lo hice. –Paró y rebuscó en su mochila- Es
más, saca tu móvil.
Me tendió el móvil. El mismo móvil que tenía cuando se
marchó de casa. – ¿No lo has cambiado?- Lo cogí y lo giré en mi mano.- Está muy
sobado y lleno de marcas.
Volvió a sonreír –Pero funciona. Consumes el planeta cada
vez que te compras uno nuevo. No intentaré convencerte de ello, se que adoras
ir a la última con esos aparatitos.
Efectivamente yo manejaba mi último móvil con la otra
mano, buscando su número. Me mordí el labio y le miré de soslayo – Jairo… lo
borré
Su sonrisa se borró de la cara-Bueno, solo era para
demostrarte que no lo cambié.- Comenzó a decirlo. A la quinta cifra me í cuenta
de que lo había borrado de mi móvil, pero no de mi memoria cuando las últimas 5
cifras las dijimos al unisonó. Reímos, no sé si de alegría o por nostalgia.
Jamás recuperaremos lo que un día fuimos, ese par de niños inseparables tan
radicalmente opuestos. Esos hermanos más amigos que hermanos. Más hermanos que
amigos.
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