Me levanté, dispuesto a ir a por mí café al bar. La calle estaba abarrotada de
viandantes sin rumbo, ¿o quizás si lo tenían?; Yo formaba inconscientemente y
muy a mi pesar una parte indiscutible e inseparable de todo aquello, desde
siempre y seguramente para siempre. Pero tampoco estaba mal. Formaba parte de
algo, estaba en simbiosis con todo aquello que me rodeaba desde el momento en
el que decidí cambiar de aires. Antes tampoco era muy distinto, levántate,
clases, volver a casa, estudiar, vaguear frente al ordenador hasta las tantas,
quedar los fines de semana y dormir las horas mínimas. Eso era todo, y no es
que me disgustase especialmente, siempre había vivido así y no entendía porque
tendría que estar mal. Es más, aquello no estaba mal. Era la vida que YO había
elegido, yo y nadie más.
Me paré en
seco apenas una milésima de segundo. Juraría que eso ya lo había pensado alguna
vez. En cualquier caso acabé en el bar. Pedí mi café. Eran las 3 de la tarde.
Mala hora para pedir el café del desayuno. Me había levantado hacia una hora.
Tendría que darme prisa si quería llegar a tiempo a la universidad. Me tragué
el café medio hirviendo ignorando la consiguiente pérdida de papilas
gustativas. Me levanté de un salto dejando el dinero justo en la mesa,
dispuesto a salir medio corriendo.
-¡Perdona!
Paré ante
la llamada del camarero- He dejado el dinero en la mesa.
-Como
siempre, pero no es eso. Ha venido un chico y ha preguntado por ti después de
un rato esperando. Dice que cuando puedas que le llames.
-Gracias
Mierda… ¿se
habría enfadado?
Salí por la
puerta. Ni siquiera recordaba muy bien a qué hora habíamos quedado. Saqué el
móvil y empecé a buscar en la guía. A apenas medio segundo de pulsar la tecla
recapacite. Seguía dependiendo de mis padres. Eso significaba que ellos pagaban
mis gastos. Y los que seguían recibiendo la factura de mis llamadas cada mes
eran ellos. Lo reconocerían. Papa se enfadaría. Si solo lo veía mama… se
volvería loca. Puede que de alegría o de pena. En cualquier caso no me la
jugaría. ¿Una llamada perdida saldría reflejada? ¿Una cabina? Pensándolo
fríamente ya no quedaban, y las pocas que no habían quitado ya no funcionaban.
Quizás podría pedirle el móvil a alguien. Quizás después de las clases. Miré el
reloj. Llegaría de sobra.
El sol
brillaba en el cielo, pero por una vez empezaba a hacer frio al acercarse el
invierno. Quizá después de cinco años nevaría de nuevo en la ciudad. La última
vez que nevó acabábamos de entrar en la universidad. Era todo tan diferente. Jairo
y yo quedábamos en la estación de tren para volver de la universidad porque nos
coincidían las líneas de tren. Aun recuerdo lo emocionado que él asomó la
cabeza por la puerta del tren, cómo apoyo
el pie en el escalón exterior y como resbalaba de la forma más estúpida sobre
la nieve pisoteada. Casi perdimos el tren, pero sujetamos las puertas a tiempo.
Nos sentamos y empezamos a hablar.
-Mañana
harán fiesta en la facultad de políticas, ¿vendrás?
Me miró
extrañado mientras sacaba su termo de chocolate “ya no tan caliente”, como lo llamábamos
después de las 4 horas que llevaba allí
dentro, y nuestra comida. -Hace frio y desentonaré allí.
-Te puedo
dejar ropa
-Estaba
pensando en quedarme estudiando.
Le robe un
bocadillo del montón que había traído -Dime que es broma…
-Claro que
es broma. Hay manifestación.
-Papa se
enfadará si vas.
-Papa no
tiene por qué saberlo.
En efecto,
al día siguiente mientras en mi facultad nos pasábamos de mano en mano los
vasos con algo más que hielo hubo una multitudinaria manifestación
antiglobalización en pleno centro. Y papa si lo supo. Cuando la policía llamó a
casa para que fuésemos a buscar a Jairo. Aquella
noche fue horrible, cuando llegue a casa mi padre estaba hecho una furia y mi
hermano desaparecido. Mama no decía nada. Entonces supe que había visto como
ellos llegaban a las manos. Lo confirme cuando Jairo llego el domingo por la
noche todavía con moratones, y no todos de los antidisturbios. Se disculpó de
mi padre. No tenía donde ir. No dije nada. Nadie en casa dijo nada.
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