El tren traqueteaba, meciendome mientras cabeceaba,
incapaz de dormir despues del inesperado encuentro. Rememoré las últimas
palabras que habíamos cruzado “Pero… no sé donde has estado estos dos últimos
años”. Él había reido y había asegurado con su amplia sonrisa “Necesitaría
días, ¿estás seguro de que quieres perder tu tiempo con mis historias?”.
Suspiré “Si, me la jugaré”. Vagueó un poco por su loca cabeza y contesto “Mañana
a las 12 donde nos hemos encontrado, a ver si te renuevas el horario, se nota
que no llevas mucho levantado. Invito yo.”
Tendría que madrugar para
escuchar lo que había hecho el muy inutil. Miré el reloj. Las cuatro y dos
minutos. Saque la cajetilla rojadonde guardaba la Ritalina y tomé una de las
capsulas sin agua. Observe el objeto rojo de mis manos. Saqué otra con cierto
toque de culpabilidad. Mi médico debía de haberse dado cuenta de algo, pero
imagino que se limpiaría las manos. Pensé en el momento en el que compre la
caja. Rojo. Me pregunto en que estaría pensando. Algo bloqueó ese pensamiento.
Había llegado a la parada de la universidad. “Solo serán unas horas y volver al
local”, pensé.
El rebote de la música electrónica en mis oidos
amplificaba la sensación del alcohol. Esa noche sería perfecta. Al menos
esa
era la idea que tenía en mente. Las chicas paseaban por la
macrodiscoteca con
mas tacones que ropa. Mis compañeros de clase y yo sonreiamos y haciamos
bromas
sobre ellas con los pensamientos más sucios del comienzo de la noche.
Pedimos
otra copa en la barra. “A esa me la follo esta noche, ya vereis” Escuché
decir
a uno de mis acompañantes. Reimos y apostamos. Insultamos a los
profesores que teniamos en común. Uno de ellos se peleó con otro que no
conociamos de nada. El siguiente recuerdo que
guardaba era el de los baños. Una chica. Una chica sin nombre. Ni
siquiera
pegaba en ese lugar. Otra laguna. Yo vomitando entre dos coches, un
“tio, ¿te
llevo a casa?” y apenas unas sombras más en el coche. Las escaleras de
casa y mi cama.
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